jueves, 16 de octubre de 2008

Mayday, mayday: Pidiendo pista

Uno de mis mayores placeres, siempre, fueron las terminales y los transportes. De chico rogaba en silencio que nos tocara alguna barrera baja para ver pasar el tren delante de mis narices. Otras, con la "barra", ibamos a poner el oido en los rieles para sentir las vibraciones y pronósticar el acercamiento de una formación (Si venia, poniamos una moneda sobre la via para convertirla en medalla).
En mi colección de autitos a escala tenía tres buses Galgo, con los que mas jugaba(Ablo, Chevallier y Micromar) así que en las reuniones lúdicas yo me encargaba de organizar la terminal.
En mi stock habia tambien un avión de aerolineas a fricción, un helicóptero y un jet privado, para el caso que la ciudad que armaramos necesitará un aeropuerto internacional.
Dicen los psicólogos que el juego es el espacio de experimentación para la vida adulta, el lugar transicional que define, de alguna manera, algo de lo que seremos de grande. Nos sirve como preparación.
Pongamosle que ahora yo me podria definir como adulto, solo a los efectos prácticos. Esa experimentación infantil cambio de formas, pero no perdió en la cantidad de placer que me dispensa. Las terminales siguen siendo el lugar mágico de siempre, gente, buses, aviones, trenes en constante movimiento, un lugar que es no-lugar. Todo es tránsito, nadie se queda, edi-ficcios, no tan reales, que no duermen nunca. Estan como suspendidas, son de una ciudad pero al mismo tiempo son de otro lugar. El que esta en nuestra imaginación, en nuestro pasaje. Es el borde, es margen (por eso siempre hay marginalidad que duerme en las terminales) por donde desagua la ciudad, como un embudo en el que se dispersa gente hacia miles de destinos. El momento en que tu vida, tus objetos, se reducen a tu existencia y tu maleta.
Y de adulto supuesto, al no tener los juguetes a mano, busco otras formas. Sin incluir los viajes, que son obvios, una actividad frecuente era irme en la bicicleta para la costanera Norte, llegar hasta la punta de aeroparque, sentarme, encenderme un cigarrillo y esperar que aterrizen los aviones. Me daba una sensación "hamaca" (clase de sensación de cosquilleo pectoral) magnífica. Orgulloso pensaba que lindo es Buenos Aires que te permite esa sensación, vivencia, sin salir de la ciudad
Hoy día me voy a vivir a un barrio de Medellín llamado Belén, muy lindo lugar de casas bajas, familiar, arbolado y con buenas conexiones. Recien a las seis de la mañana de mi primer noche ahí, descubro que hay un aeropuerto cercano. A cinco cuadras, para ser mas exactos. Nadie me lo habia dicho, asi que figurense cuando en un estado de duermevela empiezo a escuchar el ruido fuerte de un motor que se acerca, por arriba. Pienso en Bin Laden, en Donnie Darko, en Viven, en Gardel, y mi corazón palpita a tantas revoluciones como el avión. Llega el estado de máxima tensión, y el ruido empieza a ceder, pero el estado de alerta del cuerpo, que se condiciona rápido a ciertos reflejos, no cede, aún ahora. Cada mañana, a pesar de reconocer los horarios de los vuelos, la frecuencia y el ruido (si es de helice o turbina) mi corazón se agita, mi mente vuelve a agrupar nombres, peliculas, catástrofes aéreas, tangos. Y me despierto, despotrico, denigro. Detesto oir aterrizar aviones, si al menos pudiera verlos..sería distinto

Y la última reflexión, cuando conté lo de mi viaje a Colombia, la primera reacción de mi mamá fue: Ya, otra vez te vas?, Pero si acabas de volver? Etc. Esas preguntas de porque necesito el movimiento, el partir, el volver, el viajar, el volar, el mirar por la ventanilla, quizas se hubieran entendido mejor en la tierna infancia, con la pregunta: ¿Porque te gusta tanto mirar el tren pasar?. En aquel momento el deseoestaba mas en imaginarme yo allí adentro, que en el tren en sí. Y cuando nos despedimos por el messenger, me dice: Te quiero un vagón. Y bueno, que querias que fuera? Pasajero.

1 comentario:

La Rubia dijo...

Es cierto que por pasajero puede entenderse “persona que viaja en un vehículo, avión, barco, tren, etc., sin pertenecer a la tripulación”. Pero –parafraseando a Joan Manuel- puestos a escoger prefiero un viajero a un pasajero, pues este último me produce cierta inducción significante asociada a lo efímero, a lo que pasa presto o dura poco. Pero claro está, nunca es azarosa la elección que nomina el propio ser. Te invento viajero, aunque te sé pasajero