viernes, 26 de agosto de 2011

Es cupida

Para sorpresa de todos, en una mañana mediocre en el Palacio de Correos, salieron como estampida por el corredor principal en dirección hacia el norte. Jamas se había visto una deserción de tal clase. Ante lo novedoso de lo que acontecía, nadie de los presentes se vio capacitado para tomar cartas en el asunto.
Las estampillas siguieron su fuga, giraron en un pasillo mas iluminado. Si esta sería su única posibilidad de escapada, no harían otra cosa que defenderla a capa y espada (sobretodo por la cantidad de próceres que representaban). Delante del pelotón iba la de cinco pesos, armada de mayor valor nominal y liderazgo natural.
La merma masiva de misivas de amor las había aletargado en cajones oficiales. En todo ese tiempo armaron suposiciones sobre su abandono. Quizás se debía a que afuera ya no existía el amor filial, ni la filatelia de amor, o que la palabra escrita ya era ajena a los sentimientos, o que tal vez desaparecieron los afectos, o las palabras que los nombraban. Esas dudas, esos temores, les dieron el coraje para encontrarse ahora en plena huida.
Al fondo del pasillo anexo, la estampilla mas adelantada reconoció un cartel de salida y todas la siguieron con una confianza ciega. Tan ciega todas, y tan corta de vista la primera, se equivocaron. El cartel anunciaba: "saliva".
Su heroísmo se estampó en una pared. Quedaron pegadas a un destino trágico donde reina la escupida, y es cupido tan solo un siervo.

viernes, 19 de agosto de 2011

Obtuso

Tenia una obsesión con los obsequios que en ciertos casos llevaba a limites obscenos. Ninguna vidriera aparecía como obstáculo a su observación. Revisaba el calendario de cumpleaños de gente que apenas conocía y se obstinaba en obsequiarle algún objeto que encontrara en sus paseos. Era de tal ridiculez su obsecuencia que busco la cartilla de su obra social, busco una especialista en obstetricia, fue hasta la clínica y le regalo un overol.
Sin embargo, el guardia de seguridad lo había observado al ingreso y dio aviso inmediato al servicio de salud mental. Dos enfermeros y un psiquiatra lo inmovilizaron con un mínimo esfuerzo físico y una máxima dosis tranquilizante. Aprovecharon el ensueño de él para observarlo, auscultarlo y diagnosticarlo. El jefe del servicio y los residentes concluyeron en forma unánime que se trataba de una esquizofrenia. Los últimos no tanto en base a sus observaciones sino mas bien por la obsecuencia que le debían a su mentor. Sin dejar de lado las intenciones de poder ser parte del plantel profesional del lugar.
Apenas el paciente recuperó sus facultades mentales embotadas, lo citaron al consultorio del Dr. Villegas, especialista en desordenes mentales. Le dijo, sin muchos rodeos, que lo que él padecía era una esquizofrenia, que al principio habían sospechado que se trataba de una neurosis obsesiva, por algunos síntomas, que tras largo debate decidieron en forma conjunta que correspondía más al ultimo diagnostico, pero que para su tranquilidad, aparentaba no ser de mayor importancia significativa, por lo que podía regresar a su casa. Que su vida no corría peligro.
El camino a su casa ya no fue el mismo, esquivo todas las vidrieras. Abolió las esquinas de su recorrido y empezó a cruzar las calles a mitad de cuadra. Ya a dos manzanas de su casa, pensativo como estaba, no sabemos si con intención, o es que quiso freniar pero no lo hizo a tiempo, que fue arrollado por un coche, bastante moderno, y de vidrios obscuros.

jueves, 11 de agosto de 2011

Amores gastrónicos

Declaraciones amorosas potenciales en romances comestibles:

-Mi guacamole, desde que te fuiste estoy hecho puré. Me haces mucha palta.

-Mi aceitunita, la paso tan bien con vos. Creo que nunca te voy a olivar.

lunes, 1 de agosto de 2011

no me tires lun fardo

-No seas cachibache, deja de berrinches que quiero torrar, me decías con tu gastado malhumor de ensueño. Ni te percataste que estaba hecho una piltrafa. Me tenias como un papanatas que pide a tientas acurrucarse en tu brazos por miedo a las cucarachas que se pasean de cuclillas y a sus anchas.
No era un miedo pastiche, ni un mamarracho de tristeza lo que de mis ojos se precipitaba, y en mi jeta se anunciaba. Tan pronto te rajabas a tus pagos, mi alma se rajaba con el cobro, denunciaba el vacio. No existe curandera ni bruja que me saque tu gualicho, ni me cure el mar de ojos. Me queda la modorra