Para sorpresa de todos, en una mañana mediocre en el Palacio de Correos, salieron como estampida por el corredor principal en dirección hacia el norte. Jamas se había visto una deserción de tal clase. Ante lo novedoso de lo que acontecía, nadie de los presentes se vio capacitado para tomar cartas en el asunto.
Las estampillas siguieron su fuga, giraron en un pasillo mas iluminado. Si esta sería su única posibilidad de escapada, no harían otra cosa que defenderla a capa y espada (sobretodo por la cantidad de próceres que representaban). Delante del pelotón iba la de cinco pesos, armada de mayor valor nominal y liderazgo natural.
La merma masiva de misivas de amor las había aletargado en cajones oficiales. En todo ese tiempo armaron suposiciones sobre su abandono. Quizás se debía a que afuera ya no existía el amor filial, ni la filatelia de amor, o que la palabra escrita ya era ajena a los sentimientos, o que tal vez desaparecieron los afectos, o las palabras que los nombraban. Esas dudas, esos temores, les dieron el coraje para encontrarse ahora en plena huida.
Al fondo del pasillo anexo, la estampilla mas adelantada reconoció un cartel de salida y todas la siguieron con una confianza ciega. Tan ciega todas, y tan corta de vista la primera, se equivocaron. El cartel anunciaba: "saliva".
Su heroísmo se estampó en una pared. Quedaron pegadas a un destino trágico donde reina la escupida, y es cupido tan solo un siervo.
viernes, 26 de agosto de 2011
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1 comentario:
por favor dame tu dirección, que quiero escribirte una carta!
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