jueves, 14 de julio de 2011
Calzado de esta vida a medias
-Me calzan tantos años oliendo el mismo pegamento.
-Es porque suelas zaparte todo el día encerado ahí, y no pones un pie en la calle ni por putas. - Insistía su mujer.
Sin embargo él taco vencido que no pudo elegir. Que su destino estaba escrito de antepie. Por eso el fastidio de sentir que eso que lo definía, lo agobiaba por no haber arriesgado otra vida. Le pisaba los talones.
Bota cada consejo que se le ofrece, pero todos saben que su pensamiento rumia cada noche en que sus ojos se mantienen fijos en el techo. No hay plantillas para dormir que le hayan hecho algún efecto, ya curtido por aspirar adhesivos durante lustros.
En esa especie de limbo mental nocturno comprendió la ridiculez de reparar, siempre, para que otros puedan tener los pies en la tierra, mientras el se vuela, haciéndolo. Esa idea le cayó como una patada, y le lustro el camino para dar el primer paso.
Así zapatastroso como estaba, lleno de grasa y pegamento, tomó el dinero recaudado, abrió la puerta que da a la calle.
Miró la acera, se arrimó hasta la calzada, buscó un tenue rayo de sol que se colaba por los árboles, y se sentó en el cordón durante unos segundos. Se tomó el tiempo para empezar a respirar otros aromas, se puso de pie y echo a correr con su botín. Huyendo de su destino.
sábado, 2 de julio de 2011
Nostalgiata en Soy mayor
Lo unico que le parece constante es el río. Crece, baja, se pica, pero siempre mantiene el mismo color, la misma correntada, los mismos sedimentos. Quizas por eso tiene la costumbre de regresar cada domingo al borde de las escalinatas, movido por el deseo de encontrar alguna familiaridad ante tanta voragine de cambios de una ciudad que cada vez cree menos propia. Entonces, su mirada se posa un tiempo hacia allá, al horizonte dibujado por las islas y su vegetación, y otro rato hacia acá, donde desborda un parque de niños, familias, parejas y turistas.
Mucho tiempo el puerto le habia negado ese lugar para el ocio contemplativo, porque su destino era hombrear bolsas de cereales durante todo el dia, y luego montar su bicicleta de regreso a su casa. El río era uno mas de los aliados del patrón, que traia sin piedad barcos extranjeros que cargaban, con gula monstruosa, los cereales de estas tierras. Le exigian rapidez, asistencia, eficiencia, fuerza, responsabilidad. Él, al tiempo que agarraba una bolsa, se mordia los labios.
Es por eso que no se entiende su nostalgia, o que fuerza, demasiado esquiva a sus razonamientos, lo devuelven cada domingo a este sitio. Y es por tal cosa que a veces su mirada parece perdida.
Sin embargo, necesita llegar al último escalon, en busqueda de una perspectiva, o de la altura necesaria para su plan.
Cada vez que llega, intenta engañar a sus recuerdos, convenciendolos que los trae al encuentro de sus historias lejanas. Cuando advierte desprevenido a uno, lo invita a salir por las arrugas de su frente, o a veces por la iris de sus ojos. Lo aferra entre sus manos, con la misma firmeza con que sostiene el manubrio de su bicicleta, estira todo su brazo hacia atrás, cierra el puño, lo arrroja con todas sus fuerzas. Todos caen al río, y ninguno, hasta ahora, supo nadar. En ese ahogo premeditado, el se siente mas liviano, como si pudiera flotar.
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