Te noté muy convencida cuando nos embarcamos en esta aventura. Verte así me generó un mar de dudas.
Justo una aventura, que es la incertidumbre, la sorpresa, los caminos no pactados. Es darle al destino todos tus naipes y que él los tire, los baraje y ponga las reglas del juego.
Sin embargo, vos repetías hasta el cansancio que todo iría viento en popa, que saldríamos a flote, que remandola llegaríamos a buen puerto. Me fastidiaba tu convencimiento, peor renegaba cuando me daba cuenta que me lo apropiaba, que también me lo creía. Deseaba tirar todo por la borda y cambiar el rumbo. A tus olas de optimismo expansivo, yo respondía hundiéndome en mi pesimismo anquilosado.
Corroída por el tiempo, vimos como nuestra relación naufragaba. Di mis últimos manotazos de ahogado renovando promesas, resurgiendo proyectos, reciclando pasiones, pero tu ya estabas convencida.
Concisa, breve, me dijiste:
-Desde hace rato soy la única que lleva el timón en este pareja, viendo lo cómodo que estas siendo un lastre. Necesito nuevas aventuras, y ya estoy teniendo una.
Toque fondo al oírte, sentí el dolor profundo de quien agita su desesperación en un abismo de soledades, le siguieron unas punzadas en el pecho, síntoma de tus astillas que lentamente perforaban mi corazón.
Ya de rodillas y entregado, atisbe a mirarte por ultima vez, y entre dientes maldije el día que te conocí, astillera del orto.
miércoles, 20 de abril de 2011
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